Uno de los arquitectos y diseñadores más destacados del siglo XX. El finlandés Alvar Aalto es un representante icónico de la arquitectura moderna, una figura icónica del diseño escandinavo y, aún hoy, una fuente inacabable de inspiración para generaciones jóvenes.
Texto: Natalia Iscaro (*)
La luz es fuego. Una bola crepitante que, rehén de los movimientos astrales, nos ofrenda su calor y garantiza nuestra supervivencia, aún cuando durante horas se marche a otras latitudes. A lo largo de los años, arquitectos y diseñadores se han dedicado a estudiar, reproducir y plasmar esta luz natural; han procurado retener a los tacaños halos lumínicos para ponerlos al servicio de sus creaciones; han inventado y aprovechado recursos que les permitan reproducir -a su empacho- una forma nueva de mirar y habitar.
El finlandés Alvar Aalto (1898-1976) fue un precursor en el estudio de formas y materiales que dieran vida a una iluminación ideal para el interior de cada edificación. Para él, además, la luz cumplía un rol social y psicológico y, en términos de diseño, su obra nos remite a lo que hoy conocemos como estilo escandinavo, tan exquisito y simple como sofisticado.
Como prismas, sus luminarias forman patrones que redefinen espacios, y siempre están inspiradas en la naturaleza, una constante en la obra de Aalto. Hoy en día, sus piezas son aún producidas en masa, y vendidas con éxito en todo el mundo. Pero, para contar la historia de este creador intuitivo, comprometido y ciertamente poético, debemos referirnos también a su época -industrial, revolucionaria y social-, de su esposa y aliada creativa, y de la tierra que lo vio nacer.
BOSQUES TUPIDOS Y LAGOS SINUOSOS
En el pequeño pueblo de Kuortane, en 1898, nació el primero de cuatro hermanos: Hugo Alvar Henrik Aalto. Cuando la familia se mudó a Jyväskylä, el primogénito no sólo asistió a una escuela, sino que también contempló azorado el cambio de su entorno: de un terreno plano, pasó a estar flanqueado por colinas y lagos, escenario que con el correr de los años, seguiría siendo su permanente inspiración.
A la hora de estudiar arquitectura, partió a Helsinki, a la Universidad Politécnica; estudios que se vieron interrumpidos para cumplir con su deber en la guerra civil que resultó en la independencia finlandesa, en 1917. Para 1921, Aalto ya contaba con su título. Sin embargo, como los trabajos que recibió entonces no fueron los que esperaba, regresó a Jyväskylä.
Allí estableció su oficina y conoció a Aino Marsio (1894-1949), arquitecta que ingresó como su asistente: una mujer moderna y viajada con la cual, en 1924, se casó. Su luna de miel los llevó por Italia, una exploración geográfica y espiritual, cuyo legado se revela, por ejemplo, en su obra del Club de Trabajadores de Jyväskylä.
En 1927, Aalto ganó el concurso para el edificio de la Cooperativa de Agricultura de Finlandia y la familia se mudó a Turku, donde nació su segundo hijo, y donde recibió la inspiración del Funcionalismo. En contacto con la Bauhaus, en 1929 diseñó uno de sus edificios icónicos: el Sanatorio Paimio para tuberculosos, donde además de avances tecnológicos, los pacientes disfrutarían de elementos arquitectónicos como soleados balcones abiertos a magníficas vistas; un proyecto que le valió reconocimiento en todo el mundo.
Los muebles, así como muchas otras de sus creaciones, estuvieron a cargo de su mujer, Aino, mayormente, en madera laminada. En 1935, ambos fundaron la empresa Artek, la cual todavía produce mobiliario y piezas de iluminación.
En 1933 regresó a Helsinki, donde se le encomendó el desarrollo de la Biblioteca de Vipuri, que fue un ejemplo para posteriores edificios civiles modernistas. En su techo, 57 lucernarios permiten una iluminación perfecta, sin que los muros se vean interrumpidos por ventanas; en el salón de conferencias, finos listones de madera adoptan formas onduladas para resolver la acústica del recinto.
Fue por entonces que comenzó el diseño de una casa para sí mismo, en Helsinki, en la cual vivió por el resto de su vida. Estuvo lista en 1936, y fue como un manifesto de su estética, que combina materiales y vocabulario moderno. El uso del entorno natural como punto de partida se convirtió, entonces, en la marca registrada de Aalto.
Pero no fue sino hasta que finalizó la Villa Mairea (1939), en Noormarkku, para Harry y Maire Gullichsen -matrimonio de empresarios de la madera, clientes, amigos y mecenas-, que Aalto logró dotar a la estética racionalista de una sensación de lujo hasta entonces nunca lograda.
En su viaje por los Estados Unidos, en 1938, el finlandés se interesó por la estandarización, y por el potencial de las formas orgánicas. Con este espíritu, diseñó el pabellón para la Feria Mundial de Nueva York. Recibió un gran apoyo norteamericano, donde fue nombrado profesor en la MIT, en Cambridge. Allí permaneció ocho años, durante los cuales proyectó la Baker House (1947), sorprendente residencia cuya planta acompaña los movimientos serpenteantes del río Charles.
Tras la muerte de su esposa, en 1949, el finlandés comenzó el diseño de un espacio para sus escapadas de verano en la Isla Muuratsalo, en suelo local. Un espacio que se convertiría en un estudio de materialidad y construcción. Más de 50 tipos de ladrillo se configuran en este proyecto, dispuestos en diversos patrones. Este material -tradicional del norte de Europa, pero despreciado por el modernismo-, le gustaba porque cada ladrillo era único. Y porque bajo su mirada -afín con su amor por la madera y el vidrio-, es un material que expresa el talento de los artesanos. El ladrillo sería, finalmente, lo que lo liberaría del lenguaje moderno.
La guerra fue un golpe fuerte para Aalto, tras la cual se dedicó especialmente al desarrollo de edificios de viviendas prefabricadas, como parte de un plan de reconstrucción nacional. En 1952, la joven arquitecta Elsa-Kaisa Mäkiniemi se convirtió en su segunda mujer y colega.
El ladrillo se convirtió en una motivación y casi obsesión: desarrolló piezas él mismo, para lograr diferentes tipos y formas. Comenzaron los viajes, se afianzaron los premios y reconocimientos, y proliferaron sus obras en el exterior. Para Säynätsalo, diseñó una villa isleña, el Ayuntamiento, elaborado de ladrillo y madera. Aún le restaba dar vida a la maravillosa Casa de la Cultura de Helsinki (1975), ciudad en la cual moriría, un año después. Aalto fue un fruto del Modernismo, el Modernismo fue fruto de Aalto.
EL ARTEFACTO MODERNO
Vuelta al pasado. El siglo XX está en pañales, la industria marca el ritmo de la vida urbana. En la tierra de las promesas, los Estados Unidos de América, un ingeniero norteamericano llamado Frank Lloyd Wright (1867-1959) descubre, pasmado, las infinitas posibilidades del hormigón armado; y sueña, despierto, con dar vida a espacios tan abiertos como le sea posible.
Lejos, muy lejos, del otro lado del Océano Atlántico, un arquitecto francés, Charles-Edouard Jeanneret (1887-1965) –quien años más tarde publicaría sus ideas como Le Corbusier-, se promete romper con la manera de crear edificios del siglo anterior: despojarse de los ornamentos y buscar la simpleza de los conceptos. Miles de kilómetros al noreste, en tierra alemana, Ludwig Mies van der Rohe (1886-1969) declara “menos es más”, y sueña con un rascacielos de vidrio y una escuela: una usina creativa en donde poder transmitir sus ideas.
Todo esto ocurre en espacios urbanos, centros neurálgicos que configuran el eje del pensamiento, lo que luego se convertiría en Arquitectura Moderna. Aquella que se permitió, por primera vez, desconocer las pompas de la edificación anterior y convertirse en intérprete de su era.
Al norte del continente, entre bosques tupidos de madera fuerte, bajo copas nevadas de un clima hostil, rodeado de lagos congelados, luminosos y despojados, un hombre contempla el paisaje y piensa: “La ciudad en las colinas es la forma más pura, única y natural de urbanidad”. La experiencia visual es conmovedora. Alvar Aalto, finlandés en suelo natal, es otro hijo de su tiempo, pero también, y especialmente, de su geografía.
¿Cómo atrapar esa luz? La respuesta le llegaría años después. Cuando, en plena época de trabajo ininterrumpido, junto con su mujer Aino, fundaran Artek, para ambientar los ambientes que él mismo había diseñado y construido.
Así nacieron sillas, como la reconocida Paimo, para el sanatorio de tuberculosos, bajo ideales higienistas; sus piezas de vidrio, material que amó, y que le permitió explorar con las formas orgánicas y el color, y dar vida al afamado Aalto Vase, con las formas sinuosas de los lagos de su país; y las luminarias, deliciosas muestras de sofisticación al servicio de su previa concepción de cada espacio y cada sensación. Las hay colgantes y de pie, doradas, plateadas, blancas, en capas y de formas que recuperan de su entorno y que resultan de una observación minuciosa, y de una búsqueda por recrear una mística particular.
Así, en Finlandia, Aalto hizo eco de una luz difusa, tenue, recogida en sí misma, para hacerle frente a temperaturas extremas, para reposar en viviendas cálidas y serenas que, además, consigan una potencia visual como para atravesar su propia superficie.
Puro, simple, sobrio: así es el diseño escandinavo hoy, gran parte de lo cual se debe a Aalto, quien afirmó: “Un edificio es como un instrumento, debe absorber todas las influencias positivas, e interceptar todas las influencias negativas que afectan al hombre. Un edificio no puede alcanzar este fin sin el matiz que, con tanta finura, posee el medio en el cual se encuentra”.+
(*) Este artículo es una adaptación del publicado en la edición #48 de Revista 90+10.