El entorno en el que surgió este centro cultural es a la vez magnífico y complejo. El edificio goza de unas espléndidas vistas a la bahía de San Juan de Luz, a tan sólo 500 metros.
El edificio no se plantea como una unidad, sino como una serie de fragmentos en los que se basan las distintas funciones del programa arquitectónico. Este principio espacial refleja las dimensiones del lugar y permite jugar libremente con los tamaños de las distintas partes del edificio y alcanzar el equilibrio adecuado.


Un atrio se extiende, como un elemento evidente, entre dos partes: al este, un gran teatro; al oeste, tres niveles que contienen secciones superpuestas: una escuela de música, salas de teatro y estudios de danza. Esta triple altura confiere al lugar un aspecto noble. El atrio se destaca como el corazón palpitante del centro que une todas las funciones del programa arquitectónico dentro de una estructura colectiva y un lugar para compartir, un centro de unión y coexistencia. La luz natural inunda el interior.









Las partes acristaladas son una invitación a descubrir los diferentes espacios. Este lugar está diseñado para crear vínculos y ofrece hermosas vistas de su jardín. De hecho, este jardín embellece el centro cultural, mostrándolo maravillosamente. En este espacio exterior se ha creado un pequeño teatro al aire libre y dos grandes salas de ensayo colectivo dan generosamente al exterior. La disposición, a la vez sencilla y elaborada, tiene la ventaja de hacer que todo el lugar, organizado de esta manera particular, resulte agradablemente compacto.


El centro combina la practicidad con la expresión poética y la densidad del edificio garantiza una maravillosa fluidez en el interior: para recorrerlo, hay que recorrer distancias cortas por pasillos bañados de luz natural. Con su disposición de salas, unidas por una gran cantidad de luz, este centro invita a recorrerlo y subraya los diferentes aspectos de su rico programa arquitectónico.




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