Quienes saben preguntarse, indagar y encontrar soluciones, son esas personas que patean el tablero, y hacen historia. Eero Saarinen (1910-1961) fue una de esas personas. Un visionario que miró una silla y vio una proliferación de patas que atentaban contra la simplicidad visual.
Texto: Simonetta Darcy (*)
“Quería que la silla volviera a ser una pieza única”, afirmó una vez. Y lo consiguió: la Tulipán (1956) -que hoy ha recuperado un vigor inusitado en los hogares porteños- se disfruta con su única pata, de líneas elegantes. La acompaña una mesa, también con una pata, de fibra de vidrio moldeada, que gira sobre un pie de aluminio fundido de una pieza, que distribuye el peso sobre el suelo.
Este ejemplo representa cabalmente la búsqueda eterna de una estructura ininterrumpida que, además, pudiera cumplir las funciones básicas requeridas por el cuerpo humano. Para comprobar que la pieza fuese resistente a personas de diversas complexiones, se realizaron diversas pruebas y estudios. Su posibilidad de producción en serie y su solución al problema de un caos visual de las patas fueron sus logros más ambiciosos.
Tulip chair para Knoll. Foto: Gentileza Knoll, Inc. Barcelona Chairs with Saarinen Coffee and Side Table
Nacido en Finlandia en 1910 y emigrado a Estados Unidos junto a su familia en 1923, no sólo será posible recordar a Saarinen al sentarse en una Tulipán. También en su predecesora: la Womb (1948), un diseño de muebles innovador, basado en una estética industrial.
El diseñador ya había sentado precedente de su inquietud: “Hoy en día, la gente se sienta de otra manera que en la era victoriana”. Y así se inició su exploración en torno a muebles modernos que, en su opinión, debían ser cómodos y acogedores sin perder su toque contemporáneo. La Womb logró un reconocimiento inmediato, con su armazón de fibra de vidrio tapizada, sostenida por una base de acero acabado de cromo pulido. Según su autor, se trataba de “un mullido soporte, especialmente para un ocupante de sexo femenino”.
Junto con Charles Eames, Eero Saarinen investigó los materiales y técnicas que respondieran a las necesidades del mobiliario contemporáneo, sobre la base de la ergonomía y el empleo de tecnología. Así, el finlandés fue uno de los impulsores de un movimiento destinado a combatir la tendencia de fines de la década del treinta, por la cual los diseños con estética Bauhaus eran rechazados. El gusto tradicional hizo una excepción con los escandinavos y finlandeses, la única influencia extranjera aceptada, por la vía de MoMA (Museo de Arte Moderno) de Nueva York, la gran puerta de entrada.
Además de un excelente arquitecto, el finlandés saltó a la fama por sus dotes de orador, la convicción y claridad con que transmitía sus ideas. En efecto, en su libro The Search for Form in Art And Architecture (La Búsqueda de la Forma en Arte y Arquitectura) plantea, por ejemplo, que “la arquitectura es el arte de construir, un arte que satisface dos necesidades: primero, la necesidad física, y segundo, la necesidad espiritual del ser humano. La primera busca organizar el espacio para las diversas actividades del arte; la segunda persigue expresar los temores, esperanzas y aspiraciones humanas en la obra”.
HERENCIA DE FAMILIA
Un enorme arco a orillas del río Mississippi: la llamada “Puerta al Oeste”. Impulsado por la Jefferson National Expansion Memorial Association, este monumento conmemora la adquisición de Luisiana, compra negociada durante el gobierno de Jefferson. Su autor quiso diseñar “un símbolo de significado duradero… Ni un obelisco, ni un edificio, ni una cúpula parecían adecuados para aquel emplazamiento y propósito… pero un inmenso arco a orillas del río, sí”.
Fue en ocasión del concurso para la construcción de éste, hoy elemento iconográfico de la geografía local, que padre e hijo se enfrentaron por primera vez. Además de Eliel Saarinen (1873-1950), padre y aclamado arquitecto finlandés, se presentaron a la convocatoria Walter Gropius, Charles Eames, Louis Kahn y Kazumi Adachi.
Cuando arribó la noticia de que Eero había sido declarado ganador, cuentan los allegados a la familia, finalmente el hijo se convirtió en un verdadero arquitecto a los ojos de su padre. Culminado en 1968, Saarinen no pudo ver terminada a esta edificación de 192 metros de altura -una obra de ingeniería realizada en acero inoxidable y hormigón- ya que falleció en 1961.
La madre de Eero, Loja Gesellius, escultora y diseñadora textil, tuvo tanta influencia como su padre en el futuro hijo del Movimiento Moderno. Su hermana, Eva Lisa, fue asimismo diseñadora y decoradora de interiores. Pero fue, sin dudas, la feroz figura paterna la cual se plasmó en su “retorno a los fundamentos esenciales de forma y material, el respeto por la artesanía de calidad, la creencia en la interrelación de las artes”.
Otra de sus fuentes fueron sus clases de escultura en París, Francia (1929-1930); su carrera de Arquitectura en la Universidad de Yale, Estados Unidos (1931-1934); y sus continuos viajes a Europa, Egipto y México, para vislumbrar algunos de los más grandes monumentos de la historia de la arquitectura.
Acaso de todo esto se desprenda su gran consideración por “la intuición”, un medio para evitar que las normas de cualquier tipo limitaran la creatividad o, en sus palabras, “el espíritu del tiempo que nos habla”. A partir de esta máxima, sus reflexiones sobre el espacio doméstico fueron una constante en su carrera. Saarinen consideraba que “el ser humano tiene sus temores, sus esperanzas y un sentido de transitoriedad de la vida. De alguna manera, la arquitectura tiene que reflejar todo eso”.
En una época en que la posguerra incentivó el crecimiento de los suburbios, y con éste la necesidad de encontrar una versión moderna de la vivienda unifamiliar, nació en 1949 su Case Study House #9, desarrollada en conjunto con Charles Eames. Con una planta simple de tres lados con pocas aberturas y un cuarto aprovechando al máximo la vista al sur y al Océano Pacífico, la estructura confiere solidez.
La vista privilegiada se aprovecha con un gran ventanal de techo a suelo. La estructura de acero del cielo raso se disimula con finos listones de madera, salvo en el caso de una columna ancha pintada de blanco. Se destaca especialmente, en el living, un área ubicada por debajo del nivel del suelo, subdividida en su centro por una chimenea. Saarinen y Eames creían en que el diseño “afecta a todos los objetos creados por el ser humano”, y es por eso que el mobiliario de la vivienda fue asimismo cuidada hasta el último detalle.
Otro punto importante para Saarinen era el modo en que un edificio se integra en su entorno urbano circundante. La integración de lo antiguo y lo nuevo se unen, de este modo, con su visión de una arquitectura afín a su época, y además basada en los fundamentos de la naturaleza. En un discurso de 1956 afirmó: “Durante los próximos treinta años, la arquitectura tendrá que responder a las necesidades y los problemas sociales creados por el automóvil. La rehabilitación de los sectores urbanos deteriorados y el establecimiento de núcleos culturales descentralizados son algunos de estos problemas”.
Paradoja del destino, en 1948 Saarinen inició, junto a Robert Swanson, el Centro Tecnológico de General Motors, que estuvo terminado en 1956 y fue probablemente su encargo más ambicioso. Bajo el lineamiento del cliente de crear “un centro de lujo que atrajera a investigadores talentosos, para desarrollar productos de calidad destinados a satisfacer la creciente demanda del consumidor de posguerra”, sobre un terreno de 130 hectáreas se dispuso una serie de bloques alargados para cinco departamentos.
Sus “paredes monocromas”, convivían con “paneles vidriados”, para los cuales emplearon “un material de construcción que no existía en absoluto. Habíamos llevado algunos ladrillos al horno para ver qué pasaba si se cocían una segunda vez con vidriado. El resultado fue muy bueno”.
En la sala de prototipos, la más exigente, Saarinen colocó una cúpula de 57 metros de diámetro y casi 20 de altura, revestida con paneles de acero inoxidable mediante técnicas de manufactura de depósitos presurizados, otro de los avances tecnológicos del proyecto. Esta es una muestra de cómo, siempre que le fue posible, este inagotable explorador intentó aplicar tecnologías de una industria diferente, lo que él definió como “transformación tecnológica”, una fusión entre arquitectura e ingeniería.
Otras de sus grandes obras fueron el Auditorio Kresge y su capilla, en Cambridge (1955), con un logrado lenguaje estructural; la casa de Irwin Miller, en Indiana (1957), otra muestra de simplicidad en planta e interiores; el maravilloso Centro conmemorativo de la Guerra del Condado de Milwaukee, en Winsconsin (1957), un edificio sobre el peñón a 12 metros sobre el lago Michigan y una estructura cruciforme con elementos voladizos a nueve metros del suelo en tres de los brazos de la cruz, un uso teatral del hormigón; Estadio de hockey David S. Ingalls, Universidad de Yale, Connecticut (1959), con un techo ondulado de hormigón armado, con curvatura inversa en sus extremos, surcando el eje longitudinal; y la Terminal de la aerolíneas Trans World (1962).
Conocido hoy como el Aeropuerto Internacional de Nueva York John Fitzgerald Kennedy, en este último emblemático caso coexisten dos de las máximas del espacio: el rigor de los módulos y la poesía de las formas orgánicas. Esta “alegoría del vuelo en hormigón armado”, según el propio Saarinen, “no se trata de fórmulas matemáticas que han de ser llevadas a cabo de una determinada manera, sino que existen muchas maneras lógicas y efectivas de hacerlo”.
Con más de doscientas obras producidas en sus veinticinco años de ejercicio, este –considerado por muchos críticos- humanista, definió a su trabajo como un “expresionismo estructural”. Expresar las necesidades humanas a través de una estructura, ésa fue su misión y su legado.+
(*) Este artículo es una adaptación del publicado en la edición #20 de Revista 90+10.