No fue hace mucho que el autodefinido “obrero” Jean Prouvé fue desenterrado de un olvido relativo, gracias a una muestra en el Tate Modern de Londres.
Los visitantes podían pasearse por uno de los prototipos de su Casa Tropical de acero y aluminio, un encargo destinado a ser transportado a colonias francesas en África. Estas viviendas –que incluían paneles de protección contra rayos UV y un sistema de ventilación natural- fueron sólo una de las innovaciones de este creador de edificios y muebles que sentaron precedente y marcaron una época.
A poco tiempo de iniciarse en el arte de la herrería, Jean Prouvé fue a ver al arquitecto –ya por entonces de vanguardia- Robert Mallet-Stevens. Éste, luego de ver sus dibujos, le encargó una verja para una casa en París. “Le haré un dibujo y le mandaré un presupuesto”, contestó entusiasmado el visitante. “¡Ni dibujo ni presupuesto! Mándeme la verja”, replicó el local.
Fue el inicio de una amistad duradera. Pero Prouvé, que había nacido en París en 1901 –aunque su familia rápidamente se mudó a Nancy-, no se limitó al arte de la herrería. Sí, en cambio, es cierto que siempre se consideró un obrero, acaso influenciado por su padre, un pintor y artesano excepcional, que pregonaba que “el hombre está en la tierra para crear” y que es importante tener una conciencia histórica. Quizá por esto su hijo más tarde afirmaría que “cada época tiene que dejar su huella –a lo que agregaría-: “y nada deja mayor huella en materia de arquitectura que la excepción”.
En su primer taller de herrería, que abrió sus puertas en 1924, este incansable creador se preocupó por contar con todas las herramientas y maquinarias necesarias para dar vida, por ejemplo, a sus famosas mecedoras, cuya construcción en serie se inició en 1928 y continuó hasta 1930. “Una silla se rompe siempre por el ángulo entre las patas y el asiento. Por eso, todos mis muebles tienen forma de resistencia equivalente”.
Entre los proyectos arquitectónicos de Prouvé se cuentan edificios prefabricados, prototipos y casas. Estas últimas gozan de gran reconocimiento en todo el mundo, al punto que el mismo francés ha dicho que cuando “Wright visitó la Maison du Peuple se quedó con la boca abierta. Hay recortes de periódicos que dan fe de ello”. Ubicado en Clichy, este edificio retomó las ideas de la chapa de acero en la forma de un armazón de chapa forjada y chapa plegada; aún hoy, el edificio persiste tras 40 años.
La casa de Prouvé en Nancy es otro ejemplo de armonía de elementos con los que trabaja este artista. “Los paneles proceden del stock restante de las casas que fabricaban, destinadas a las regiones liberadas tras la guerra, y las que se utilizaban para construir silos”.
Las Casas de Meudon, por su parte, incorporaron un material nuevo: el aluminio. Se proyectaron tras la guerra, para montarse en un día y, si bien inicialmente se habían encargado 200, sólo quedaron en prototipos. Considerada por Le Corbusier “la casa más bonita que conozco”, la casa del padre Pierre o la Casa de los Días Mejores, se realizó en un mes con superestructuras de madera ideadas para realizar silos. Estaba emplazada sobre un zócalo de hormigón (rodeado de un talud de tierra) que oficiaba de un banco en todo el perímetro de la casa.
A estas construcciones se suman la fábrica de Pierrelatte de Goumy, 60 cubículos para cubas de 20 metros; el Pabellón de Exposiciones de Grenoble, en sociedad con su hijo, destacado por su uso del metal y del escaso acero, el escueto número de piezas y un sistema bidimensional de vigas cruzadas; y tantas otras.
A medida que avanzaba en su labor, se hizo evidente que este “arquitecto ingeniero” (como lo definía Le Corbusier) no tenía materiales favoritos, así como su pensamiento se alejaba demasiado de muchos de los dilemas y conflictos que se plantean los profesionales en la actualidad.
¿Qué era un arquitecto para Prouvé? Era alguien que medita –y esto es algo sobre lo cual disertó en sus recordadas clases como profesor en el Conservatoire National des Arts et Métiers-, sobre la importancia de los aspectos económicos y sociales al concebir las obras. No era un “parlanchín”, porque “cuando se precisan largas explicaciones en el trabajo, es que algo no funciona. Era “un hombre activo y dinámico que trabaja en equipo más que a título individual”.
Y, finalmente, era un arquitecto y un constructor: “No se instala uno delante de un tablero de dibujo diciéndose: ‘Voy a hacer una casa así o asá’. Esa es una actitud que no se me ha pasado jamás por la cabeza. Por el contrario, siempre llego a la arquitectura preguntándome: ‘¿Cómo podría hacer esta construcción?’.
El mundo se despidió de Jean Prouvé en 1984, en Nancy, la misma Francia que amó aunque muchas veces no supo comprenderlo. En Alemania, Suiza, los países escandinavos y hasta Japón, se sintió más interpretado que en su tierra natal. Sintió, allí, un tronco común con los estudios de ingeniería, y una mayor colaboración entre las distintas especialidades. “La desgracia de la arquitectura francesa es la de ser puramente formalista, visual e intelectual”.
Maleable a sus manos, este genio pasaba de la materia a la acción, y fue este pensamiento el que rigió todo su trabajo, su vida y su legado: “Todo cuanto he hecho se ha desprendido de un pensamiento instantáneamente constructivo, hasta el punto de que yo sabía exactamente qué materias primas, qué máquinas emplearía y cómo haría el objeto a construir. Nunca parto de una visión o una forma. La forma es el resultado, la arquitectura el final de un camino. No quiero decir con ello que descuide el aspecto estético del dibujo, […] pero siempre me ha condicionado más la ejecución”. Por eso, como él decía, mejor no dibujar nada que no se pueda construir.+