32 cuentos de Alan Neumarkt construyen la historia del diseño argentino de la década del 80, desde la perspectiva de quien fue protagonista. Algo de ficción, pero con datos reales, fotos inéditas y muchas anécdotas permiten reconstruir la atmósfera design de esos años.
A muchos, los meses de aislamiento social obligatorio que nos impuso la pandemia por Covid-19 les sirvió para estudiar, redefinir su profesión, plantearse nuevos desafíos. Al diseñador industrial y docente Alan Neumarkt, para darse cuenta de que en su garage tenía un valioso archivo de diseño argentino que convirtió en libro: La década olvidada del diseño argentino (1980-1990).
Estaba preparando una clase virtual y se le ocurrió mostrar a sus alumnos la expo del CAyC (Centro de Arte y Comunicación) que organizó Jorge Glusberg en el año 87, y googleó. Nada. Probó distintas alternativas, y nada. De repente, encontró una foto chiquita de la fachada del CAyC de la calle Viamonte, y ahí se dio cuenta: “¿Cómo va a haber algo si la foto la saqué yo, es en papel, y está guardada en una caja, en mi casa? Nunca llegaron a Internet, porque Internet no existía. Y me puse a buscar la foto en el garage de mi casa, donde tengo una estantería con unas 100 cajas de archivo. Nunca tiré ni un papel. Soy fanático del diseño; pero en esa época, era más fanático…”.
Diseñador industrial por la Facultad de Bellas Artes de La Plata, entre 1988 y 2014 fue design manager del estudio Sudamericadesign, especializado en imagen corporativa y en el sistema retail. Pero un día decidió dejar de trabajar profesionalmente para clientes, y se embarcó en la tarea de doctorarse en diseño. Si bien desde hace casi 30 años es director del Instituto ORT y docente en la Universidad de Mar del Plata, y dicta un seminario de posgrado en la UNTREF, siempre se consideró “en el borde entre el design y la academia”.
“La tesis del doctorado me dio un entrenamiento de cómo investigar, cómo clasificar las imágenes, cómo encarar un texto y las ganas de escribir”. Aunque ya tenía algunas publicaciones, como el libro Diseñar autos, vida y pasión de Gustavo Fosco, esta nueva investigación resulta muy particular. “Yo ya construí mi historia, lo que quiero ahora es contarla desde donde me gusta”.
DE UNA PRIMERA FOTO AL LIBRO
Un libro-objeto de tapa blanda, con un sectorizado sobre la imagen de la silla Trigamba de 1980 de Ricardo Blanco, y sobre el retrato de un jovencísimo Alan Neumarkt en 1982 en una de las solapas. 140 páginas entre las que se distribuyen las 32 crónicas ilustradas con imágenes de página entera y otras más chicas. Un prólogo por Silvia Fernández, una introducción, un epílogo y los agradecimientos. Editado por Wolkowicz, La década olvidada del diseño argentino (1980-1990) puede conseguirse en la tienda online de la editorial.
+¿Qué pasó cuando encontraste la foto del CAyC en papel?
La digitalicé para dar la clase, y me di cuenta de que en mis cajas de archivo no solamente estaba esa foto, sino toda la década del 80. Porque yo iba a todo: si inauguraba algo en el CAyC iba; si inauguraba algo en el Recoleta, iba. Pasaba algo en La Plata, yo estaba. Conocía a todo el mundo, a todos los “próceres”. Trabajé con “Palito” González Ruiz, con Ricardo Blanco, con Hugo Kogan. Sé también el lado B de muchas cosas… Y empecé a juntar material y pensé en escribir lo que me gusta, que son “falsas crónicas”, busco algunas cosas divertidas, algún punto de vista distinto. Pero si bien estas crónicas están muy ficcionadas, los datos son ciertos. Llamé a varios para chequear datos, fechas, y algunos me mandaron fotos. Al final del libro hay un agradecimiento a todos los que aportaron material gráfico.
+¿Cómo llegaron esas crónicas a convertirse en un libro en papel?
Escribí un cuentito y otro cuentito, y un día me di cuenta de que había material como para un libro. Lo llamé a Daniel Wolkowicz, le conté que tenía 32 cuentos, y me pidió que se los mandara para hacer un libro. Hubo que digitalizar y retocar todas las imágenes: de eso se encargó Guillermo Portaluppi, con quien edité el libro de autos. Si bien son 32 historias sueltas, se va entrando en un espíritu de época.
+¿Cuál es ese espíritu de época del que hablás?
En la década del 80, pasaron tres cosas fundamentales. La primera, es que pasamos de la dictadura a la democracia. El año 84 es un año fundamental para el diseño; hay un antes y un después de ese año, que es cuando se abre el Centro Cultural Recoleta, empiezan a hacerse las exposiciones ADG, dos años después la de Kogan/Blanco, un año antes la de las sillas de Blanco. El diseño se cuelga del movimiento cultural. Es cuando el diseño deja de ser industrial, comercial, y se integra a lo cultural. Para mí, hay un punto interesante ahí. Y eso yo lo viví armando exposiciones, estando ahí, participando de algunas. Éste es un momento clave en la mitad de la década.
+¿El segundo y tercer momento?
Se abre la FADU (que ni siquiera se llamaba así todavía). Empieza el proyecto en el 84, abre en el 85, y convierte al diseño gráfico y al diseño industrial que eran una cosa de élite (no en el sentido económico, sino de que era un grupo muy chiquito de personas) en algo masivo. Yo soy el egresado 105 de la Universidad de La Plata; hoy hay 105 por semestre, o más. De hecho, hoy se estudia diseño en 20 universidades del país, pero en esa época, se estudiaba sólo en La Plata o en Mendoza. En ese momento, el diseño sale de una cosa chiquita a la masividad, y se nota mucho. Había una necesidad educativa retenida, que de repente explotó. Y la tercera cosa que pasó es que pasamos de analógicos a digitales: las primeras computadoras gráficas empiezan en el 84/85, y recién en los 90 se hacen un poco más masivas. Hay un cuentito que se llama “Ser digital” que habla de eso: cuando voy a ver la primera computadora que hace dibujos. Fue una expedición clandestina, porque sólo la tenía una empresa acá…
+¿Qué otros tesoros encontraste en tu archivo, y que hoy forman parte del libro?
Están las fotos del catálogo del grupo Memphis de 1985, cuyo original me dio Gemma (María Sánchez), a quien conocí en Milán y después acá. Yo mismo saqué la foto de los Octójoros, el rompecabezas de Ricardo Blanco que fabricaba Eduardo Simonetti, y que Blanco me regaló cuando me casé. También está el reloj de pie Cuatro de Hugo Kogan que está en el living de su casa (o estaba), y la foto se la hice yo.
+Silvia Fernández escribió el prólogo. ¿Cómo llegaste a ella?
El libro tiene una introducción, pero quería que alguien escribiera un prólogo. Necesitaba alguien que hubiera vivido la época y en eso se me ocurre Silvia Fernández, que fue profesora mía en La Plata, platense, diseñadora gráfica, y siempre se dedicó a la investigación. Le ofrecí escribir el prólogo, le pasé el texto, y en un mes me lo mandó. Silvia convirtió mis crónicas en un libro. Porque para mí, eran cuentitos sueltos, divertidos. No es un libro de historia, sino de historias (anecdóticas, si se quiere). Ni siquiera algunas son demasiado importantes para la historia del diseño; son importantes para mí. Silvia le encontró una mirada interesante al prólogo, marcando bien la época, cuál era el rol del diseñador. ¡Me encantó! Y así se completó el proyecto.
+¿La idea es continuar las historias, para adelante o para atrás?
Estoy escribiendo los siguientes 10 años: de 1990 a 2000, pero sin ningún apuro…
+Aún no hiciste un lanzamiento oficial. ¿Vas a armar alguna presentación?
Todavía no presenté el libro, porque cuando salió estábamos en pandemia, y no se podían hacer reuniones. Pero tengo un álbum en Facebook, donde subo fotos cada vez que regalo un libro. Si bien cada foto es individual, en el conjunto, parecen sacadas durante un evento. Esto se convirtió en una especie de emergente del mismo libro. Ya debe de haber como 80 fotos, y serán el fondo de la presentación el día que lo lance.
¡Hagamos la foto, entonces! +