Quién fue Hans J. Wegner

Con un sello propio que se caracteriza por el pragmatismo y la exploración en torno al trabajo artesanal, Hans J. Wegner elaboró más de mil diseños que pusieron a la estética danesa (y escandinava) en el centro de la escena.

Texto: Natalia Iscaro (*)

En 1960, John F. Kennedy y Richard Nixon se enfrentaron en el primer debate televisivo de la historia. A la hora de sentarse para aguardar su turno, los contrincantes lo hacían en la Round Chair, una obra de Hans J. Wegner (1914-2007) quien, a partir de entonces, empezó a estar en boca de todos.

Según se supo después, la cadena CBS había adquirido, para el suceso mundial, un total de doce sillas del citado modelo, posteriormente rebautizado como la “Kennedy Chair” o también, “Perfect Chair”.

El detalle, aunque anecdótico, refleja con naturalidad el impacto del diseño escandinavo en Los Estados Unidos de aquel entonces y, más especialmente, el del propio Wegner.

Más tarde apodado “el rey de las sillas”, el diseñador -nacido en Dinamarca- no se dejó deslumbrar por la celebridad ni por los premios. Por el contrario, a lo largo de su vida, se caracterizó por una modestia para algunos provinciana, la misma con la cual bautizó a ésta y tantas otras sillas sin falsas expectativas, ni frases grandilocuentes.

UNA SILLA BUENA

“Si uno pudiera realizar una sola silla buena en su vida… Pero uno simplemente no puede”, afirmó Wegner alguna vez. Y, de algún modo, toda su obra es un recorrido en torno a esta idea. Una búsqueda de simpleza alrededor de la forma, y una exploración en torno al material.

El danés supo mostrar al mundo moderno y minimalista; cómo el trabajo artesanal y la madera podían revalorizarse para dar vida a muebles, en plena era de la industrialización. En sus palabras, esta época bisagra transitaba “una evolución, no revolución”, tal como lo llamaban sus coetáneos.

En este sentido, en su trabajo, las líneas se limpian y las formas se definen. ¿El resultado? Más de 500 modelos de sillas diferentes, muchas de los cuales fueron realizadas en masa, con el mismo material. “El amor por la madera es algo que toda la humanidad tiene en común”, afirmó alguna vez, y acaso por ello, sus trabajos fueron aceptados en el mundo entero.

A lo largo de su abultada carrera, recibió numerosas distinciones, como el premio Lunning (1951), pero su mayor premio fueron sus obras. Imposible olvidar a la silla Round (1949): un ícono de diseño, que a poco tiempo de su nacimiento, aparecía en la portada de la revista American Interiors como “la silla más hermosa del mundo”. La silla Y (1950): hoy en día, una pieza sumamente codiciada, un símbolo de buen gusto, y un asiento sumamente confortable.

De inspiración animal, la Peacock (1947), con sus patas cortas y respaldo alto, representa el confort con un tono lúdico. Delicada y sumamente práctica, la silla Plegable (1949) marca un debut con el pragmatismo, así como una búsqueda de nuevas técnicas.

Funcional, la silla Valet (1953) es un homenaje musical en su silueta, cuyo asiento deviene en un práctico elemento para colgar prendas. Al nacer su hijo, Wegner diseñó piezas de mobiliario encastrables, a la manera de un juego, que nos recuerdan a muchas de las piezas que hoy pululan en vidrieras palermitanas.

A no dejar afuera a la elegantísima silla Tub (1954), cuyo nombre se refiere a la forma del respaldo, donde debuta su técnica de madera contrachapada moldeada con tapicería, añadiendo un mecanismo de ajuste en el ángulo de la parte trasera. Ni la Hammock (1967), una escultura que desde su forma, promete una experiencia relajante, algo que se comprueba una vez sentado en ella, gracias a sus curvas y estructura flexible, sobre un marco de madera.

Finalmente, la versión retapizada de la Peacock (la Upholstered Peacock, de 1953), reúne a la madera y el cuero en una inesperada fusión, para un equilibrio perfecto.

EL REY DE LAS SILLAS

Hijo de un maestro zapatero, desde la cuna, el pequeño Hans apreció profundamente el trabajo artesanal, tanto como las cualidades inherentes a los materiales. Desde joven se sintió atraído por la madera, y así fue como llegó a trabajar como aprendiz en el taller de carpintería de H.F. Stahlberg.

Una vez devenido ebanista calificado, continuó perfeccionándose durante tres años, hasta que partió a estudiar carpintería en el Politécnico de Copenhague. Allí, entre clases que proponían medir muebles antiguos de época y visitas a exposiciones temporales del gremio de ebanistas, decidió su futuro: sería diseñador.

En 1936, Wegner comenzó su formación con el arquitecto y diseñador Orla Molgaard-Nielsen (1907-1993), en la Escuela de Artes y Oficios. Dos años más tarde, trabajaba en el estudio de Erik Moller (1909-2002) y Flemming Lassen (1902-1984), impulsores del estilo danés moderno y, para 1940, preparaba su escritorio para despuntar el ejercicio de su ya consolidada profesión, en el despacho del célebre Arne Jacobsen (1902-1971). Su estudio propio llegaría en 1943, en Arhis.

Dos años más tarde, el director de la Unión Cooperativa Danesa, Frederik Nielsen, le encargó una serie de muebles económicos, pero de calidad, para pequeños pisos posguerra. Al finalizar, Wegner desarrolló obras asociadas al arquitecto Palle Suenson, hasta que en 1948 partió a Copenhague, para poner su nombre en la puerta de una nueva oficina. Allí crearía numerosas sillas para el fabricante de muebles y presidente del Gremio de Ebanistas, Johannes Hansen.

Para 1950, la crítica amaba al danés por su mobiliario “bien acabado y exquisitamente equilibrado”. Según el diseñador, su única pretensión era que su obra fuera “todo lo simple y genuina posible, para demostrar que se puede crear con nuestras propias manos, dotar de vida a la madera para darle espíritu y vitalidad, y lograr diseños tan naturales, que sólo puedan ser obra nuestra”.

Típicamente escandinavo, su diseño orgánico es el fruto de esta filosofía. Pragmático, humanista y reflexivo, Wegner nunca creyó en la inspiración como un concepto aislado. Para él: “La libertad más grande se deriva de la más severa rigidez”. +

(*) Este artículo es un extracto del publicado en la edición #49 de Revista 90+10.